miércoles, 23 de diciembre de 2015

Bismarck y las relaciones internacionales

Una vez completada la unificación alemana, Bismarck se convirtió en el árbitro de la política internacional durante las décadas de los setenta y ochenta del siglo XIX. Su principal objetivo era mantener la hegemonía de Alemania en Europa, que implicaba aislar diplomáticamente a Francia, su potencial enemigo, así como mantener unas buenas relaciones con Gran Bretaña, sin interferir en su imperio colonial, la máxima prioridad británica. Para cumplir sus objetivos requería establecer una serie de alianzas con Austria-Hungría y Rusia y, de ese modo, evitar que se entendieran con Francia.
Los medios empleados para llevar a cabo la política exterior de Bismarck fueron tres: fomento del potencial económico alemán, reforzamiento de sus fuerzas armadas pero, sobre todo, el diseño de una complicada y hábil política diplomática. Esa diplomacia se consagró en los denominados sistemas bismarckianos.
Bismarck comenzó a cambiar la política internacional europea con un acercamiento al Imperio Austro-Húngaro, en el año 1871. Su canciller, Beust, comprendió que debía aceptar la existencia de Alemania como la había diseñado Prusia y contra la que tanto habían luchado los austriacos. Posteriormente, el canciller de Hierro reunió a los tres emperadores, Guillermo de Alemania, Francisco José de Austria-Hungría y Alejandro II de Rusia, en Berlín en septiembre del año 1872. El propósito inicial era preservar la solidez el principio monárquico. Al año siguiente, la alianza se convirtió en la Liga de los Tres Emperadores y que confirmó el aislamiento francés, sin posibilidad de hallar un aliado importante. Las negociaciones fueron complejas por los intereses encontrados en el Danubio y por las evidentes diferencias religiosas pero, al final, primaron más los intereses comunes: el freno al creciente movimiento obrero y al cada día más potente nacionalismo de muchos pueblos, factores que amenazaban el orden establecido.
Pero es evidente que este primer sistema diplomático adolecía de graves problemas. La principal y determinante dificultad se encontraba en los Balcanes por la rivalidad entre Austria y Rusia, a causa de sus respectivas pretensiones de extenderse a costa de un Imperio turco en franca decadencia. Cuando Rusia declaró la guerra de 1878 y obligó a los turcos a firmar el Tratado de San Stefano, el frágil equilibro balcánico se rompió y Bismarck tuvo que intervenir a favor de los austriacos, como se puso de manifiesto en el Congreso de Berlín (1878). Rusia perdió gran parte de lo conseguido en el Tratado de San Stefano y Austria logró situarse en un plano de igualdad con Rusia, que se distanció.
Pero Bismarck, fiel a sus objetivos marcados, comenzó a diseñar un segundo sistema diplomático. En 1879 firmó un tratado secreto con Austria frente a Rusia, la conocida como Dúplice Alianza, aunque en 1881 convenció a los austro-húngaros sobre la conveniencia de acercarse, de nuevo, a los rusos. De esta hábil diplomacia surgió una nueva alianza entre los tres imperios, con una vigencia de tres años, según la cual sus integrantes se comprometían a mantenerse neutrales en caso de ser atacados por una potencia ajena.
Una parte o anejo de este segundo sistema bismarckiano fue la firma de la Triple Alianza entre Alemania, Austria e Italia, en mayo de 1882. Italia y Austria mantenían unas pésimas relaciones diplomáticas que arrancaban del proceso unificador italiano. Austria había sido el principal escollo a salvar, junto con el Papado, para el nacimiento de Italia pero la situación internacional estaba cambiando. Italia tenía malas relaciones con Francia, a causa del interés italiano en el norte de África, zona de clara influencia colonial francesa; de hecho, Túnez fue ocupado por Francia. Pero, además, en el sur mediterráneo francés vivían muchos italianos y se sentían maltratados por las autoridades francesas. Al incorporarse a los sistemas bismarckianos, Italia podía conseguir apoyo para sus aspiraciones coloniales norteafricanas y en la zona balcánica, en un eventual reparto de los dominios turcos.
El tercer sistema bismarckiano supuso un refuerzo del anterior. Se mantuvo la Triple Alianza y, además, italianos y británicos firmaron un acuerdo para frenar el expansionismo francés en el norte de África. A este acuerdo se incorporaron los alemanes y austriacos en los denominados acuerdos mediterráneos. La Alianza de los Tres Emperadores no fue renovada al terminar su vigencia de tres años, pero Bismarck consiguió que el zar firmara en 1887 el Tratado de Reaseguro con Alemania, por el que Rusia garantizaba su neutralidad en caso de ataque francés a Alemania y ésta no intervendría en una hipotética guerra entre Rusia y Austria.
Los sistemas bismarckianos permitieron el mantenimiento de la paz en Europa a costa del aislamiento de Francia. Bismarck se esforzó para evitar la guerra en dos frentes, dada la posición central de Alemania y lo consiguió mientras estuvo en el poder. Pero los complejos sistemas diplomáticos diseñados por Bismarck se basaban en un claro abuso de la diplomacia secreta y dependían de la habilidad de su creador. Cuando dejó de dirigir la política alemana, a principios de la década de los noventa, y se puso en marcha una nueva política exterior alemana de claro signo expansionista, además de recrudecerse los problemas balcánicos, los sistemas se derrumbaron y comenzaron a aflorar las tensiones acumuladas entre las potencias, en todos los ámbitos, iniciando una nueva etapa que culminaría en la Primera Guerra Mundial.

Eduardo Montagut

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