lunes, 29 de febrero de 2016

El surgimiento de los Colegios de Farmacia en España

El estudio y enseñanza de la farmacia en España estuvieron vinculados en el Antiguo Régimen a los Colegios de Medicina y Cirugía, pero en la época tardoilustrada cambió la situación, ante la necesidad de potenciar esta disciplina científica por su evidente importancia. En el año 1801 se promulgó una real cédula que ordenaba la creación de Colegios para la enseñanza de la Farmacia, y con la facultad de poder expedir títulos de bachiller y doctor. Estos Colegios debían estar bajo la dirección de la Junta Superior Gubernativa de Farmacia. En febrero de 1804 se promulgaron unas ordenanzas respecto a las enseñanzas que debían impartirse en estas instituciones educativas.
En 1806 se abrió el primer Colegio en Madrid, y que pretendía ser el modelo para los que se fueran abriendo por España. En Barcelona se puso en marcha un proyecto para crear uno que debía abrirse en 1808 pero no pudo ser hasta 1815, una vez terminada la Guerra de la Independencia. Su inauguración coincidió con la de los Colegios de Santiago y Sevilla, pero estos dos últimos no pudieron sobrevivir mucho por falta de fondos económicos, en una época de intensa crisis como fue la del reinado de Fernando VII.
El primer plan de enseñanza se articuló en tres años o cursos. Se enseñaba química, farmacia e historia natural (ciencias naturales). En 1815 se hizo una reforma de este plan porque se introdujo la física, se perfeccionaron las cátedras de farmacia y se amplió la carrera a cuatro años, además de establecer tiempos para las prácticas.
En tiempos de Fernando VII se produjo la separación, que sería ya definitiva, entre lo sanitario y lo educativo o formativo. Se creó la Junta de Sanidad para las cuestiones sanitarias, quedando los Colegios para la enseñanza.
El Estado Liberal transformó los estudios de Farmacia, como de otras disciplinas. Los Colegios de Madrid y Barcelona pasaron a ser Facultades universitarias en el año 1845, integrándose en sus respectivas Universidades. Posteriormente, en el mismo reinado de Isabel II se crearon las Facultades de Farmacia de Granada en 1850 y la de Santiago en 1857.
En materia sanitaria el reinado de Isabel II también fue decisivo, ya que en 1855 se aprobó la ley general de sanidad y unas ordenanzas, que estipulaban que solamente los farmacéuticos que ejercían con arreglo a la legislación podrían expender medicamentos. En 1860 se publicaron las nuevas ordenanzas que regularon el ejercicio profesional del farmacéutico.

Eduardo Montagut 

domingo, 28 de febrero de 2016

Historia de las Constituciones

En este artículo abordamos la historia de las Constituciones.
Una Constitución es un documento legal de rango fundamental por el que se rige la vida política de un país. Generalmente, consta de dos partes. Una de ellas se denomina dogmática. En ella se recogen los derechos y libertades que se reconocen y garantizan. Son los dogmas o postulados sobre los que descansa el sistema político. La segunda parte es la orgánica, es decir, donde se nombran y definen los poderes y sus relaciones entre sí.
La Constitución es un documento rígido en lo relativo a su reforma, ya que se necesitan más requisitos para cambiar cualquiera de sus puntos frente a lo que ocurre con una ley común. La Constitución tiene la primacía sobre todas las leyes de un país, y toda disposición se deriva, en última instancia, de la misma, y no puede entrar en contradicción con ella. 

Las Constituciones fueron el instrumento fundamental de la ideología liberal que terminó por destruir el Antiguo Régimen, y luego se han convertido en el instrumento de la democracia, aunque hayan existido y existan sistemas políticos no democráticos que han tenido y tienen Constituciones, habida cuenta de su atractivo, frente a otros, como el franquista que abominaba del término y del concepto en sí.
En las Constituciones se estableció que los sistemas políticos que estaban sometidos a ellas debían poseer contrapesos, instituciones y constricciones marcadas por la misma. Los poderes se dividían y se relacionaban entre sí para evitar la tiranía o el absolutismo, y para poner fin a las arbitrariedades que se pudieran cometer hacia los ciudadanos. Por eso mismo, las Constituciones reconocían y garantizaban los derechos y las libertades, y ponían en el mismo plano a los gobernantes y a los gobernados.
Las Constituciones han ido evolucionando desde su surgimiento en las Revoluciones liberales-burguesas. En un principio, el liberalismo más conservador o doctrinario pretendía solamente abolir el absolutismo monárquico, establecer un poder legislativo bien articulado en los parlamentos, así como el reconocimiento de unos derechos individuales básicos. Cuando llegó la época de la Restauración, después de la derrota de Napoleón, surgieron las Cartas Otorgadas, especie de compromiso entre el pasado y las recientes conquistas liberales, pero que, en sentido estricto, no eran Constituciones, ya que eran fruto de una concesión graciosa de la Corona, que se autolimitaba sus poderes, y no estaban elaboradas por una asamblea o cámara más o menos representativa. Al terminar este período histórico, volvieron a triunfar las Constituciones en sí, aunque de signo conservador o moderado.
El paso a la democracia no se dio hasta los decenios finales del siglo XIX, cuando se consolidó el parlamento como poder fundamental, se acabó con el sufragio censitario -derecho a votar y ser votado para una minoría, en función de un determinado nivel de renta- para instaurar el sufragio universal masculino, y comenzaron a reconocerse los derechos colectivos.
En el siglo XX el progreso del constitucionalismo se disparó. Triunfó el concepto de soberanía popular, más acorde con el sufragio universal, se reconoció el sufragio femenino y surgieron con fuerza los derechos sociales, reconocidos, aunque no todos de fácil garantía. Se terminó con la existencia de la cámara aristocrática -los Senados-, suprimiéndola -unicameralismo- o sustituyéndola por Senados democráticos. En los sistemas federales la segunda cámara sería la que plasmaría la representación territorial.
Por último, conviene mencionar el caso británico, único sistema político occidental que no tiene una constitución formal o escrita. Dicho sistema se basa en un conjunto de leyes que definen principios constitucionales y en normas consuetudinarias, formadas a lo largo del tiempo desde la Edad Media pero, fundamentalmente, a partir de la Revolución de 1688.

Eduardo Montagut

jueves, 25 de febrero de 2016

Los intentos de humanizar las guerras: el Convenio Eliot en la guerra carlista

La primera guerra carlista, una verdadera guerra civil, se caracterizó por una brutalidad impresionante. Era habitual fusilar o alancear a los prisioneros, y no era fácil el intercambio de rehenes. Los dos bandos perpetraron muchas brutalidades. Estos hechos impresionaron a la Europa del momento. El diplomático inglés Edward Granville Eliot marchó al País Vasco, comisionado por el gobierno inglés, para intentar convencer a liberales y carlistas para que firmasen un convenio o tratado con el fin de que se comprometieran a respetar la vida de los prisioneros y que pudieran ser canjeados. Nuestro protagonista había sido secretario de la embajada británica en Madrid en el año 1823, tenía prestigio como mediador, hablaba castellano, y tenía buenas relaciones con personajes de los dos lados, lo que facilitó su tarea. Después de su misión en España siguió su carrera diplomática, y terminó como virrey de Irlanda.
Eliot consiguió que se firmaran los días 27 y 28 de abril de 1835 el tratado conocido como "Convenio Eliot", entre el general Gerónimo Valdés, por el lado liberal, y el comandante general carlista Tomás Zumalacárregui. Por lo acordado se establecía que los prisioneros debían ser canjeados por igual número de prisioneros del otro bando, y en todas las categorías militares. Si había prisioneros sobrantes debían quedarse en depósito en pueblos designados, y sus vidas tenían que ser respetadas, especialmente las de los prisioneros heridos y enfermos. Es importante destacar que el Convenio establecía, además, que ninguna persona, civil o militar, podía ser ejecutada por sus ideas políticas, sin que fuera antes enjuiciada y juzgada según las leyes españolas. El pacto se aplicaría, en principio, en el País Vasco, Navarra, y el centro peninsular. En Cataluña no entró en vigor hasta el año 1838, gracias a la firma de los generales Van Halen y Cabrera.
A pesar de los incumplimientos del acuerdo por la falta de voluntad de algunos mandos militares y de varios problemas, como el de las pésimas condiciones de los lugares de internamiento de los prisioneros a la espera de los canjes, no podemos negar que, al menos, Eliot consiguió humanizar algo una guerra atroz.

Eduardo Montagut

miércoles, 24 de febrero de 2016

El proceso industrializador japonés a partir de la Revolución Meiji

En el plano económico la Revolución o Restauración Meiji supuso el salto del feudalismo al capitalismo en muy poco tiempo, de una economía agraria a una verdadera potencia industrial. En este trabajo se apuntan varias claves sobre este proceso que no tiene paralelos en la historia.
El modelo de crecimiento japonés se basó en tres factores: el apoyo estatal al proceso de industrialización, una política de salarios bajos que favoreció la acumulación de capital, y la tendencia evidente a la innovación del empresariado.
El Estado japonés apoyó este proceso a través de distintas iniciativas. En primer lugar, hubo una apuesta por el fomento de las industrias pesadas, de la explotación minera, la construcción y las industrias estratégicas, especialmente de la de armamento. En materia de transporte el Estado priorizó el marítimo sobre el ferroviario, ya que la estructura en islas del país y su compleja orografía lo hacían muy caro, aunque a pesar de esos factores se fue montando una red ferroviaria a partir de los años setenta del siglo XIX.
Otra apuesta fue por la industria textil, primero de la lana, sustituida por el algodón aunque a un ritmo lento, y destacando la industria textil sedera.
Por fin, se emprendió la explotación de Hokkaido con una colonización dirigida a frenar el expansionismo ruso en la zona.
Japón vivió un fuerte crecimiento demográfico paralelo al industrial. De 37 millones de habitantes en 1880 se pasó a 50 millones en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Pero el éxodo rural, necesario para nutrir de mano de obra la industria, no fue tan fácil ni rápido como en Europa, ya que muchos campesinos japoneses fueron reacios a abandonar sus tierras y pueblos para emprender una nueva vida en las ciudades con trabajos nuevos.
Una vez en marcha el proceso de industrialización, impulsado por el Estado, se pasó, rápidamente, a una etapa de capitalismo financiero de grandes empresas. Japón unió en muy poco espacio de tiempo las dos fases clásicas de la Revolución Industrial. A finales del siglo XIX aparecieron los grandes oligopolios, como Mitsui, Mitsubishi, Yasuda y Sumitomo.
Una característica de la industrialización japonesa fue el conocido como mimetismo tecnológico. Japón emprendió un intenso proceso de imitación de Occidente. Hubo un gigantesco esfuerzo por asimilar lo mejor de cada país. Había que conocer las técnicas occidentales en todos los campos. Este fenómeno permitió tuvo beneficiosas repercusiones en la industria y en otros campos, ya que los japoneses se ahorraron los problemas derivados de las primeras aplicaciones de los inventos e innovaciones, ya que antes se habían practicado en otros países. De Inglaterra aprendieron sobre la navegación; de Francia les interesaron sus estructuras administrativas; en Alemania adquirieron conocimientos militares y médicos y, por fin, de Estados Unidos, sus innovadoras técnicas comerciales. El Estado japonés contrató a muchos profesores, sabios y técnicos occidentales. No se escatimaron gastos a la hora de pagar buenos salarios a estos extranjeros ni para fomentar la investigación en todos los campos científicos y tecnológicos. Por fin, se establecieron premios para las empresas más eficaces.
La transformación económica del Japón, junto con el resto de cambios políticos y sociales que trajo consigo la era Meiji, tiene mucho que ver con el inicio de una política imperialista de nuevo cuño. El reducido espacio geográfico del archipiélago japonés, la fuerte presión demográfica y la necesidad de materias primas y mercados llevaron al Japón a participar en una serie de conflictos, especialmente en Corea y China, además de chocar con el imperialismo ruso.

Eduardo Montagut

martes, 23 de febrero de 2016

Josefa Amar y Borbón: una ilustrada por la enseñanza de la agricultura

Josefa Amar y Borbón fue destacada protagonista en el debate sobre las mujeres en el siglo XVIII español. En este artículo, en cambio, nos centraremos en su defensa  de la enseñanza de la agricultura.
Josefa Amar y Borbón nació en Zaragoza en febrero de 1753. Era hija del médico de cámara José Amar y nieta del médico de Fernando VI, Miguel Borbón. Estuvo casada con Joaquín Fuertes Piquer, oidor de la audiencia de Aragón. Versada en inglés, francés, latín e italiano, perteneció a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, a la Real Sociedad Aragonesa y a la Sociedad Médica de Barcelona. Participó en el famoso debate de las mujeres en el siglo XVIII, destacando su Discurso sobre la Educación Física y Moral de las mujeres, editado en Madrid en 1790, así como, su intervención en la intensa polémica sobre el ingreso de las mujeres en la Sociedad Económica Matritense con su Discurso en defensa del talento de las mujeres y su aptitud para el gobierno. Como es sabido, triunfó la tesis favorable a las mujeres y se creó la Junta de Damas. También tradujo algunas obras del inglés y la obra italiana del abate italiano Javier de Lampillas, en seis tomos, un compendio sobre la literatura española.
Josefa Amar se preocupó por la enseñanza de los labradores, participando del interés que los grandes autores y políticos de la Ilustración española dedicaron a la materia, especialmente en el tema sobre la posible y necesaria colaboración del clero secular en esta tarea ilustradora, dado su ascendente sobre los campesinos y porque los curas párrocos estaban en todos los rincones de la Monarquía, pudiendo ser unos instrumentos eficaces para la difusión de las luces. En este sentido, Floridablanca llegó a pensar en convertir a los párrocos en una especie de agentes del Estado para enseñar al pueblo los rudimentos de las artes y de la agricultura. En este misma línea, Andrés Cardona publicó un libro, en 1784, sobre “la licitud de que los párrocos se dedicasen a estos menesteres”, que fue muy apreciado por Campomanes. Ya en el reinado de Carlos IV, la Sociedad Bascongada estableció un premio en 1791 sobre las ventajas de que el clero se dedicase a “ese oficio patriótico”. Este debate culminaría con la creación en 1797 del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos.
La aportación de Amar y Borbón en este debate fue la publicación de los Discursos sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de aldea el instruir a los labradores en los buenos elementos de economía campestre. La obra incluía un plan sobre la materia y se editó en Zaragoza en 1783. En realidad, se trataba de una traducción de la obra italiana del naturalista y botánico veneciano Francesco Griselini (1717-1783), miembro de varias academias europeas, masón, periodista y secretario de la Sociedad Patriótica de Milán, ciudad donde falleció. La traducción fue un encargo de la Real Sociedad Aragonesa y le valió ser nombrada socia de honor de dicha corporación. Félix Latassa, el bibliógrafo más destacado de la Ilustración aragonesa, mencionó estos Discursos en su Biblioteca Nueva de Escritores Aragoneses, haciendo grandes elogios del talento y trabajo de la autora aragonesa.

Eduardo Montagut

lunes, 22 de febrero de 2016

El regalismo

El regalismo fue una teoría y una práctica política ejercida por las Monarquías católicas en la Edad Moderna en su relación con la Iglesia Católica, que debe ser tenida en cuenta para entender parte de la historia de la formación de los Estados modernos, así como la vinculada con las relaciones entre el poder político y el religioso.
El término de regalismo procede de regalía. Por regalías se entendían los derechos, propiedades y prerrogativas de los reyes. En la Edad Media aparecieron como derechos económicos o financieros exclusivos de la Corona. Al final de dicha época terminaron por consolidarse, pero ya referidos a todas las cuestiones de las actividades del rey frente a los derechos o jurisdicciones de otras autoridades, como la Iglesia y la nobleza. En el Fuero Viejo de Castilla se consideraban regalías las funciones que iban unidas esencialmente a la soberanía de la Corona: administración de justicia, acuñación de moneda, levas militares y determinadas rentas como la de la sal.
Fernando VI
En la Edad Moderna el concepto de regalía se enriqueció, adquiriendo más importancia. Por un lado se mantuvo el que había nacido en el Medievo pero adquirió un nuevo significado, y que tenía que ver con las prerrogativas del monarca en determinados asuntos religiosos y eclesiásticos. En la época de los Austrias se produjo un conflicto de índole regalista en el año 1632 cuando la Junta Grande Especial elaboró un listado de las quejas y “discordias” de la Corona con Roma. Al año siguiente, se redactó un famoso Memorial que se presentó al papa Urbano VIII.
Después de la Guerra de Sucesión y con la llegada de los Borbones el conflicto entre la Corona y el Papado creció de forma evidente por dos razones. Por un lado, Roma había apoyado al candidato austriaco, y, por otro lado la Corona francesa se había destacado por arrancar competencias de la Iglesia en Francia, desde su más acusado absolutismo, en la faceta política del galicanismo. El nuncio papal llegó a ser expulsado de España.
En el reinado de Fernando VI se firmó, después de complejas y arduas negociaciones, el Concordato con Roma en 1753. Por el mismo, la Corona adquiría el Patronato Universal. El Patronato Regio era una concesión papal a la Corona española para la designación y presentación de los beneficios eclesiásticos, y que terminó por convertirse en una regalía. La historia del Patronato Regio es larga. En el siglo XV, con los Reyes Católicos, el papa Inocencio VIII que necesitaba la ayuda de Fernando para defender sus intereses en Italia, le concedió el derecho de presentación de todos los beneficios mayores en el reino de Granada. Este primer paso fue aprovechado por los monarcas para extender su poder y para establecer un modelo a aplicar en América. En 1508, Julio II otorgó a la Monarquía Española el Patronato en toda la Iglesia americana. El Concordato de 1753, como hemos visto, ampliaba este derecho al resto de la Iglesia española, con algunas excepciones. Se trataba de un extraordinario incremento del poder real, ya que los monarcas eran los que nombraban los cargos, y controlaban, indirectamente, sus ingresos, además de obtener algunos de ellos procedentes de los beneficios de las vacantes mientras no se cubrían.
Eduardo Montagut

miércoles, 17 de febrero de 2016

El sencillo gesto de Rosa Parks

Pocas veces en la historia un gesto sencillo, y que no se hizo con ninguna motivación estudiada de antemano, ha tenido tantas repercusiones en la vida de tantas personas. Ese acto consistió negarse a levantarse del sitio ocupado en un autobús público.
Todo pasó en la tarde del 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery (Alabama), en los Estados Unidos. Una mujer de mediana edad, de cuarenta y dos años, llamada Rosa Parks, y que trabajaba como costurera, terminó su jornada laboral en una sastrería del centro de la ciudad, y se dispuso a regresar a su casa. Rosa Parks estaba cansada. Pero tuvo suerte porque encontró un asiento vacío situado en la mitad del autobús. Estaba en la fila inmediatamente posterior a la sección delantera de asientos del vehículo, la que estaba reservada para los blancos, según lo dispuesto en la legislación segregacionista. Pero era la hora del regreso del trabajo y la sección para los blancos se llenó muy pronto. Un pasajero blanco se encontró sin asiento y, entonces, el conductor del autobús se volvió hacia atrás para decir a la señora Parks y a tres hombres negros que estaban a su lado, que dejaran libres sus asientos. Los pasajeros masculinos se levantaron y se dirigieron al fondo del autobús, como seguramente habían hecho muchos hombres y mujeres negros en los autobuses de Montgomery en situaciones parecidas. Pero esta vez la situación iba a ser muy distinta, ya que Rosa Parks no se levantó, aunque, en realidad, hay algunos casos anteriores de personas negras que se habían negado a ceder su asiento en autobuses interestatales, aunque no estatales. El conductor insistió. Pero seguramente en Rosa Parks pesaban dos cansancios para decidir no moverse y contestar al conductor que no lo haría. Pesaba el cansancio de una larga jornada laboral, pero como ella dijo más tarde, en realidad pesaba otro cansancio más importante, el de tener que soportar la segregación en todos los órdenes de la vida. Rosa Parks fue detenida, acusada de perturbar el orden, y multada.
La negativa y el arresto desencadenaron una reacción espontánea de la población negra, que tuvo como consecuencia el boicot del transporte público de autobuses de la ciudad. La situación a mediados de la década de los cincuenta ya se estaba haciendo insoportable, y la toma de conciencia contra la segregación estaba adquiriendo una dimensión hasta entonces desconocida.
Rosa Parks no realizó este gesto deliberadamente pero también es cierto que era una mujer concienciada, que militaba en el NAACP, es decir, la Asociación para el Progreso de la Gente de Color. Se había formado sobre los derechos civiles y había colaborado para impulsar en su ciudad que los ciudadanos y ciudadanas negros se inscribieran en el censo electoral para votar.
Decíamos que la acción de Rosa Parks desencadenó una acción colectiva de la población negra contra los autobuses de Montgomery. Efectivamente, comenzó a correr la voz de lo que había pasado, se repartieron folletos en los barrios de población negra que llamaban al boicot. Un personaje clave en esta historia fue E.D. Nixon, un activista ya veterano que se movilizó, aunque encontró, al principio, algo reacio a Martin Luther King. Pero Nixon estaba convencido que había que actuar y, a través de otro pastor amigo de King, consiguió finalmente su apoyo.
El boicot se puso en marcha. Se hicieron demandas a las autoridades. En realidad, se pedía algo muy modesto: que los negros pudieran sentarse en la sección delantera del autobús y los blancos en la trasera, es decir, que no hubiera segregación en los vehículos. Ninguno estaría obligado a ceder el asiento al otro colectivo. Los conductores debían ser corteses. También se pedía que los negros pudieran ser conductores en los trayectos efectuados mayoritariamente por negros.
La segregación en los autobuses de Montgomery terminó porque las autoridades comprobaron el gran coste económico del boicot, ya que la mayoría de los usuarios eran negros. Al final, esta segregación, junto con las que se padecía en otros espacios y situaciones, se declaró inconstitucional por el Tribunal Supremo.
Eduardo Montagut

sábado, 13 de febrero de 2016

Los Kadetes

Los kadetes eran los miembros del Konstitutsionnye Demokraty (KD), es decir, Demócratas Constitucionales, partido político ruso surgido después de la Revolución de 1905. El origen de la formación debe encontrarse en los escritos de Konstantin Kavelin y Boris Chicherin, y en el liderazgo político del historiador Pável Miliukov.
Los kadetes representaban la opción política de la burguesía rusa de profesionales liberales, funcionarios, profesores, juristas, etc.., que decidió organizarse para intentar participar en el sistema político que había cambiado con la Revolución de 1905. Como resultado de dicha Revolución se aprobó una legislación para establecer un sistema parlamentario, aunque muy limitado, ya que el zar conservaba muchas prerrogativas. Pero se había abierto una puerta para los partidos políticos.
Witte
Los kadetes, por tanto, representaban una opción liberal y democrática que pretendía que en Rusia se estableciera el sufragio universal incluyendo el femenino y una Asamblea Constituyente que determinara el tipo de régimen político, y que ellos pretendían fuera homologable a las democracias occidentales. Los kadetes no eran la única opción liberal. Existían los octubristas, a la derecha de los primeros.
El primer ministro Serguéi Witte invitó a los kadetes a participar en el gobierno a finales de 1905, pero las negociaciones no llegaron a buen puerto porque Witte consideraba que el KD exigía reformas muy radicales y porque no estaba dispuesto a sustituir en su gobierno a ministros considerados muy conservadores.
En la primera Duma los kadetes consiguieron la mayoría, que se repitió en la segunda. En ambas legislaturas se empeñaron en sacar su programa reformista democrático, algo que disgustaba profundamente al zar y a su ministro Stolypin, que terminó por disolver la Duma en junio de 1907. Para evitar que la nueva Duma siguiera controlada por los kadetes se aprobaron unas medidas para restringir el derecho al voto. La nueva Duma, por lo tanto, giró ostensiblemente hacia la derecha.
Cuando estalló la Gran Guerra los kadetes optaron por aparcar su oposición al zar para sumarse al esfuerzo general, algo muy común entre las fuerzas políticas de los países contendientes. Esta postura comenzó a cambiar cuando al año siguiente se hizo patente la incompetencia del régimen político para afrontar la guerra con éxito. Los kadetes pidieron que se nombrase un gobierno que fuera responsable ante la Duma. El zar se negó pero los kadetes no quisieron agitar la calle porque, en el fondo, temían la revolución social. Precisamente, el temor al auge de la izquierda hizo que el partido fuera moderando sus posturas, derechizándose. Este proceso se agudizó con la Revolución de febrero de 1917 porque se convirtió en la formación política que abrió sus puertas a muchos elementos políticos conservadores y de derecha. En plena revolución se vivió un intenso debate en su seno sobre la postura a tomar ante determinados cambios, como el de la reforma agraria. Un sector del partido quiso que se adoptara una postura claramente radical pero, al final, se impuso la moderación de Miliukov para preservar los derechos de propiedad de los terratenientes frente a la reforma agraria.
Los kadetes entraron en el gobierno provisional a partir de 1917, en un difícil equilibrio con los socialistas, y que se terminaría por romper en el verano a propósito de la cuestión ucraniana. Los kadetes terminaron por desarrollar un intenso nacionalismo centralista ruso frente al nacionalismo ucraniano. Por otro lado, defendían el mantenimiento de la alianza con los franceses y británicos para seguir luchando contra los alemanes y austriacos, alejándose claramente del sentir general contrario a mantener la guerra por sus terribles consecuencias. El nacionalismo ruso desarrollado por los kadetes también iba contra los alemanes. Por fin, los viejos ideales de democracia liberal fueron abandonados para defender una especie de dictadura que preservara el orden y, de ese modo, poder continuar la guerra.
Esta deriva nacionalista y conservadora hizo que los kadetes sufrieran una clara derrota electoral en las elecciones a la Asamblea Constituyente. Ante la Revolución de Octubre, muchos líderes kadetes se pasaron a la causa contrarrevolucionaria. Lenin consiguió la aprobación de una moción para detener y juzgar a los kadetes. El partido fue ilegalizado y algunos de sus líderes detenidos.
Eduardo Montagut

sábado, 6 de febrero de 2016

El fracaso de la Revolución Industrial española

En la España decimonónica se intentó impulsar un proceso de revolución industrial con el objetivo de transformar la vieja estructura agraria por otra nueva industrial. Pero el resultado final quedó muy lejos de lo proyectado. Cataluña fue la única zona con un grado significativo de industrialización a partir de capital autóctono, con empresas de tamaño medio. Su desarrollo comenzó en el siglo anterior. El sector más dinámico fue el algodonero, palanca de la industrialización. Su auge se debió a tres factores. En primer lugar, se partía de una posición de ventaja por la buena situación en el siglo anterior. En segundo lugar, hay que destacar la iniciativa empresarial de la burguesía catalana que supo modernizar sus industrias con nuevas máquinas y técnicas. Y, por fin, no se puede menospreciar la protección arancelaria que permitió, después de la pérdida del mercado colonial, orientarse hacia el mercado nacional sin sufrir, por tanto, la competencia inglesa. Las zonas industriales más importantes fueron las de Sabadell y Tarrasa, cerca de Barcelona, por sus grandes ventajas: fácil intercambio de obreros e ingenieros y empresarios, desarrollo comercial y crediticio barcelonés, así como, facilidad de importación de  carbón por el puerto.
La siderurgia, el otro sector clave en la Revolución Industrial, vivió tres etapas durante el siglo XIX. Para el desarrollo de esta industria no era tan importante tener grandes yacimientos de hierro como de carbón de coque y que la demanda de los productos siderúrgicos fuera suficiente para rentabilizar las elevadas inversiones iniciales necesarias. En España no había ni uno ni lo otro, lo que explicaría el desarrollo accidentado de esta industria. Se pueden distinguir tres etapas en la historia de la siderurgia decimonónica española. La primera sería la fase andaluza que duraría hasta los años sesenta y en el entorno de Málaga. Se nutrió de la explotación del hierro autóctono pero no tenía carbón mineral, por lo que empleaba el vegetal, que era más caro. Su apogeo se relacionó con las guerras carlistas que impedían la explotación en el norte. El período asturiano duró desde los años sesenta a los ochenta, en torno a las cuencas carboníferas de Mieres y Langreo, pero no contaba con carbón de gran calidad. Por fin, la etapa vizcaína inició un crecimiento sostenido desde la Restauración, con grandes empresas que se fusionaron en torno a 1902 para formar los Altos Hornos de Vizcaya. La clave del éxito estaba en el eje Bilbao-Cardiff. Bilbao exportaba hierro y compraba el carbón galés, más caro pero de gran calidad, más rentable que el asturiano.
El proceso de industrialización en España no se detuvo durante el siglo XIX pero su evolución se produjo a un ritmo tan lento que España quedó relegada como potencia industrial. El fracaso de la Revolución Industrial española puede explicarse por tres grandes factores. En primer lugar, habría que aludir a la escasa capacidad productiva de las manufacturas tradicionales con la excepción catalana, que abastecían mercados locales de bajo consumo. España no había constituido un mercado nacional unificado con buenas comunicaciones. Por fin, fue determinante la escasez de capitales que, en todo caso, se destinaron a la compra de tierras desamortizadas y no a la creación de nuevas industrias. Los nuevos propietarios no invirtieron en su mejora, por lo que la tierra no generó un volumen suficiente de beneficios o acumulación de capital para invertir en la industria.
En conclusión, la escasez de capitales nacionales fue la causa de que la moderna industria española se originara con predominio de capital extranjero salvo en Cataluña.
La industria se limitó a dos polos: la textil catalana y la siderúrgica vasca. Ambas eran poco competitivas en el exterior lo que obligó a una política proteccionista para asegurar el mercado nacional.
También hay que aludir a que como no se hizo la doble revolución agraria y agrícola, la agricultura española no demandó ni bienes de consumo ni de producción. Por fin, la transferencia de población de la agricultura a la industria fue inexistente. No había presión demográfica sobre el campo y el escaso desarrollo industrial no demandó mano de obra.

Eduardo Montagut

martes, 2 de febrero de 2016

Las leyes de orden público en la España del XIX

La cuestión del orden público siempre ha sido una preocupación de todo poder establecido. En la España del siglo XIX fue uno de los principales puntos de fricción en el seno de liberalismo, entre moderados y progresistas. Tenemos que tener en cuenta que la legislación sobre el orden público atañe a la regulación de derechos como los de reunión, asociación  y manifestación, muchos de ellos no reconocidos en un primer momento y que hubo que ir incorporando a los ordenamientos constitucionales. El ejercicio de estos derechos puede ocasionar conflictos que deben ser evitados o sancionados por el Estado. En líneas generales, el liberalismo progresista siempre defendió pocas regulaciones para el ejercicio de estos derechos y, en todo caso, prefería la intervención municipal a través de las Milicias Nacionales locales para controlar posibles problemas o conflictos. Por su parte, los liberales moderados siempre tendieron a restringirlos y vigilarlos a través del ejercicio del poder central. Para ello, promovieron la creación de un cuerpo de policía nacional de carácter militar, la Guardia Civil.
En España se tardó en tener una ley específica de orden público en la época liberal, aunque el despotismo ilustrado había desarrollado, en su momento, mucho esta materia, como lo pone de manifiesto la Pragmática de 1774 en tiempos de Carlos III. Posteriormente, tanto en la crisis del Antiguo Régimen, como en el proceso de creación del Estado liberal se dieron muchas disposiciones, reales órdenes y decretos pero no una disposición general. Llegó en 1867, curiosamente, en vísperas del fin del régimen liberal isabelino. En ese año se aprobó en Cortes la Ley de Orden Público, y destinada a regir en el caso de suspensión de las garantías constitucionales. Se crearon tres estados: el normal, el de alarma y el de guerra, pero sin que el poder legislativo pudieran controlar la declaración de estados excepcionales. En el primer estado, es decir, en el normal, el gobierno ejercería solamente tareas preventivas. El estado de alarma se promulgaría ante cualquier sospecha de perturbación importante del orden. En el estado de guerra la autoridad militar asumía todos los poderes. Este estado se podía promulgar sin pasar previamente por el de alarma.
En 1870, ya en el Sexenio Democrático, se aprobó otra Ley de Orden Público, que duró hasta bien entrado el siglo XX. Era una disposición de carácter excepcional y solamente podía entrar en vigor después de promulgarse la Ley de Suspensión de Garantías. Esta nueva Ley de Orden Público sólo contemplaba dos estados excepcionales: el denominado estado de prevención o de alarma, en el que la autoridad civil ejercería poderes con un amplio criterio de discrecionalidad; y el estado de guerra, donde el ejército y los tribunales militares ejercerían la autoridad. El problema se planteó cuando, posteriormente, se legisló de forma relativamente profusa en un sentido muy restrictivo, entrando en colisión con preceptos constitucionales, al permitir la declaración del estado de guerra sin conocimiento de las Cortes y sin la autorización previa de una ley. De ese modo, el estado de guerra podía ser empleado para resolver problemas de orden público y no como una necesidad ante hechos muy graves, quedando la autoridad civil sometida a la militar. El liberalismo español había terminado por derivar hacia un claro conservadurismo.
Eduardo Montagut

lunes, 1 de febrero de 2016

Blas Infante

El gran apóstol del andalucismo fue, sin lugar a dudas, Blas Infante. Su pensamiento, que puede leerse en su obra Ideal andaluz (1915), tiene su origen en el ideario republicano y federal del siglo XIX, sin olvidar su formación krausista y regeneracionista.
Blas Infante nació en Casares, provincia de Málaga en el año 1885. Se licenció en derecho en Granada y pasó a residir en Sevilla, donde se dedicó a la profesión de notario. Su interés por el andalucismo nació cuando asistió a una conferencia en el Ateneo de Sevilla en el año 1914.
En 1916 fundó el primer Centro Andaluz en Sevilla con la intención de que fuera un órgano expresivo de la realidad cultural y social de Andalucía, ya que, nuestro protagonista no era defensor de crear un partido, sino estos Centros como difusores del andalucismo con el fin de formar unos nuevos hombres, los andalucistas, que cambiarían la situación de Andalucía. También creó dos órganos de expresión, las revistas “Andalucía” y “Guadalquivir”. Blas Infante no tenía una muy buena opinión de los partidos ni de los políticos. Quería terminar con el caciquismo, pero desconfiaba del pueblo, al que consideraba fácilmente manipulable. Era partidario de una reforma agraria que diera la tierra al jornalero andaluz, junto con una reforma social para que surgiera una clase media propietaria. Siempre fue un idealista y con un marcado acento intelectual, alejado del populismo, y con una actitud un tanto distante. Todos estos aspectos deben ser tenidos en cuenta para entender el fracaso de su movimiento.
El andalucismo tuvo un cierto protagonismo en la época de la Segunda República, gracias a los Centros andaluces, que formaron la Junta Liberalista de Andalucía. A pesar de su poca confianza en los partidos políticos, Blas Infante intentó entrar por tres veces en el juego político, primero en una “candidatura andalucista”, como simpatizante del Partido Republicano Federal, luego en el Partido Social-Revolucionario y, por fin, en una lista denominada Izquierda Republicana Andaluza. No tuvo ningún éxito. También, participó en la elaboración del proyecto de Estatuto de Autonomía. Pero el rechazo a sus ideas y su nula actitud para navegar en las procelosas aguas de la política le hicieron desilusionarse y encerrarse en su retiro de Coria. Eso no le salvó la vida al estallar el golpe de 1936. Fue fusilado por los sublevados.
Incluimos un fragmento de su obra principal, Ideal Andaluz (1915):
"La tierra andaluza para el jornalero andaluz. Repitámoslo. Este ideal en el centro; sin él, de nada serviría trabajar por el cumplimiento de los demás ideales. No tendremos espíritu regional, ni pueblo, ni agricultura, sin la base de la tierra. (...) Sin tierra, inútil es pensar en la cultura del pueblo. Para que el cerebro pueda atender los requerimientos de la civilización, es preciso que ésta no estorbe sus primordiales energías elaboradas en los estómagos, donde son atendidos los requerimientos de la naturaleza.
Que Andalucía no se vacíe con los andaluces que en sombría procesión de espectros van atormentados por el hambre, lanzados por la inhospitalidad de su propia región, a buscar amparo, pan y justicia en la extraña tierra de lejanos países. Que las ciudades andaluzas se derramen por el campo, y se abran las dehesas y los cotos al pueblo, ansioso de permutar sus energías con las energías de la naturaleza.
De esta alianza sagrada, de estas nupcias benditas entre el trabajo y la tierra, han de brotar esencias que harán poderosas las energías agonizantes del genio andaluz."
Eduardo Montagut